domingo, 5 de junio de 2011

Mis aventuras Quijotescas

Sueños en realidad.
En un viejo barrio de la ciudad de Buenos Aires, vivía una muchacha llamada Rosa, a la que la dominaba una obsesión  por los dibujos animados, especialmente de las historias amorosas. Rosa era una joven menuda, no muy alta, de cabello castaño y largo. Todos los días se pasaba horas y horas  mirando películas de Disney, sin prestar un mínimo de atención  a la realidad que la rodeaba. Sus familiares le hablaban y trataban de distraerla con otras actividades, pero ella no les daba importancia y seguía en su mundo. Hasta que llegó un día en que comenzó a creer que ella también formaba parte del mundo de las caricaturas y dibujos;  y que en su historia ella era una campesina llamada Doña Rosa de Bernal, la cual estaba  profundamente enamorada del Príncipe Felipe de los Campos y anhelaba convertirse en doncella para poder casarse con su príncipe.
Una tarde, luego de mirar por décima octava vez uno de sus videos de colección, Rosa salió  en la vieja  furgoneta de su abuelo en busca de su título de doncella. Fue a parar a una  vieja fotocopiadora  y creyó que se trataba de un  castillo. Entonces, se dirigió al joven que sacaba las  fotocopias de ésta forma:
-Buenas tardes, Señor Caballero. Disculpe las molestias, pero tengo una urgencia y usted puede ayudarme. El muchacho se sorprendió por la forma en que ésta le habló pero no le dio mucha importancia.
-Dígame, señorita, ¿en qué puedo ayudarla? –contestó.
-Por favor, necesito que usted me nombre Doncella, para de esa forma poder casarme con mi enamorado, el príncipe Felipe. Si usted no me ayuda, nuestro amor será por siempre un amor no correspondido y rechazado por el reino. De ésta forma, el joven comprendió lo que sucedía y llegó a la conclusión de que estaba frente una muchacha que no se encontraba  completamente cuerda ni lúcida. Por lo tanto, decidió continuar con su juego.
-¡Oh, bella dama! Claro que puede contar con mis servicios.
Dicho esto, el joven tomó una hoja de papel, la arroyó hasta formar  un tubo y ordenó a la joven que se arrodillara. Con el papel realizó un movimiento extraño sobre los hombros de Rosa y acompañó los gestos leyendo una fotocopia de poemas que una maestra había dejado  para hacer copias. Luego de la ceremonia, la muchacha agradeció infinitamente al amable caballero y se marchó feliz y entusiasmada con su nombramiento de Doncella. Ahora le quedaba un largo camino por delante.
Doña Rosa se encontraba en un pueblo alejado y debía llegar al castillo donde se encontraba su amado. Para eso debía atravesar la gran ciudad y tenía que encontrar un compañero o compañera  que no la dejara sola en su largo viaje. Decidió llamar a una  amiga con la cual compartía sus  horas de estudio. Se trataba de una muchacha muy seria, responsable y respetuosa. Esta actitud no era muy compatible con la locura de  Rosa, pero de todas formas iba ayudarla, ya que era tan grande el aprecio que se tenían que era capaz de seguir cualquier locura para no dañar los sentimientos de su amiga. Su nombre era Catalina; una  joven alta, de pelo ondulado y ojos alargados, que a partir de ese momento pasó a llamarse Cacatúa de los Andes. 
Varios días pasaron hasta que Rosa convenció a su amiga de que la acompañase. Hasta que una mañana finalmente partieron en la furgoneta rumbo al encuentro sin destino.  Viajaron sin interrupciones hasta llegar a la subida a la autopista, donde Rosa se dirigió a su acompañante diciendo:
-Mira, Cacatúa. Allí es donde debo anunciarme como Doncella, para que me dejen pasar al territorio del príncipe. ¡Vamos! Hay que  hablar con alguno de los pajes.
-No, Rosa; ese es el peaje, y hay que pagar para pasar del otro lado y llegar a la gran ciudad.
-¿De qué  estás hablando  compañera? ¿No escuchaste bien?  Yo te digo que allí se encuentran los pajes,  no peajes.  Además ¿qué  locura sería que una Doncella tenga que pagar para poder pasar??
- Rosa, por favor  te pido que volvamos. Los demás coches van a armar un desastre si paramos allí. Y nosotras vamos a ser las culpables.
Pero Rosa no le prestó ni un mínimo de atención a los consejos de su amiga y se dirigió directo a una cabina del peaje. Detuvo la furgoneta y fue hacia la ventana de la cabina. Saludó cortésmente al joven que allí se encontraba, le contó su historia de amor y le pidió que la dejara pasar para ir a su encuentro romántico.
El joven, un poco malhumorado, le contestó muy secamente que dejara de tomarle el pelo y que pagara lo que le correspondía para pasar. Ella, muy indignada con ésta propuesta, se negó rotundamente, ya que una Doncella no debía pagarle a nadie para ir a donde quisiera.
Entre tanto, la fila de autos que se había formado detrás ya pasaba los doscientos metros  y la gente estaba furiosa de esperar;  tocaban bocina y pegaban gritos para que Rosa y su amiga pasaran de una vez.
Finalmente, el joven  de la cabina llamó a un policía que obligó a Rosa a que se ubicara a un costado de la carretera. Tanto el joven como el policía creyeron que esa era la mejor solución, ya que evidentemente esta muchacha no estaba en condiciones de seguir conduciendo, y menos en la Gran Cuidad.
Mientras esto sucedía, Cacatúa  lamentaba  haber acompañado y  formado parte de ésta locura. Nunca creyó que iba a llegar a tanto. Ahora trataba de buscar en su mente una solución para tremendo desastre.
Finalmente, Cacatúa tomó cartas sobre el asunto y se ocupó de pedir disculpas a los agentes de tránsito por el desorden que habían ocasionado. Convenció a su perturbada amiga de que ella debía continuar conduciendo. Subieron nuevamente a la furgoneta, Cacatúa tomó el volante, pagó el peaje y siguieron su camino rumbo a la gran ciudad. Rosa aceptó lo que su amiga le propuso, pero esto no influyó en que ella siga en su mundo fantástico ni que entre en razón.
Al bajar de la autopista y tomar la Avenida 9 de Julio, se encontraron rodeadas por  árboles de jacarandá y arbustos que adornaban las plazoletas. Rosa estaba muy ansiosa por llegar y se refirió a su amiga diciendo:
-¡Mira Cacatúa!! Ya estamos cerca. Son los bosques celestes cercanos al Castillo. Cacatúa, ya no daba importancia a los disparates de su amiga y seguía conduciendo.
-Alto!! - Gritó de pronto Rosa, obligando a que Cacatúa frenara.
-Allí está el gigante del que habla todo el pueblo y nos impedirá llegar hasta el castillo.
-Rosa.. Es el obelisco de la ciudad. Aquí no hay ningún gigante que nos impida pasar.
-¡Ay Cacatúa! No tengas miedo de aceptar la realidad que hay que enfrentar. No ves que nos hace frenar cada vez que avanzamos.
-Si Rosa, se llaman semáforos y los agarramos todos en rojo.
Cuando estaban ya muy cerca del “Gigante Obelisco”,  Rosa sintió que éste le hablaba. Le planteaba una decisión que debía tomar para poder pasar. El acertijo decía que para poder pasar debía elegir entre vivir por siempre con su príncipe en el castillo que había anhelado en sus fantasías y  nunca volver a su vida normal o seguir estando en la realidad con su amiga y su familia  renunciando a su sueño. Ante la pregunta, Rosa, miró un instante con cariño a su amiga. Luego dirigió la mirada hacia el horizonte y exclamó:
-La fantasía es la mejor realidad que puedo elegir. Y habiendo resuelto así el encuentro con el gigante, siguió su camino.




1 comentario:

  1. Buenísima la aventura!!!! Acordate también de colgar la foto en tu lugar de la ciudad. Y podés colgar las otras actividades de Literatura: el poema de presentación que está en mi blog y el poema lista. Así te queda el blog completito.
    BEsos

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